Me paso unos cuantos días aislado del mundo y a la vuelta me encuentro con noticias que me hacen renovar mi convicción de que
nos estamos volviendo todos cada vez más locos. Ahora resulta que al señor
Barack Hussein Obama, de profesión sus presidencias, le dieron la semana pasada ni más ni menos que el
premio Nobel de la Paz.
Esto del
Premio Nobel, pronúnciese acentuado en la E, es una cosa que se sacó de la manga un tipo sueco de igual apellido allá
a finales del siglo XIX. Este hombre se hizo famoso por haber
inventado la dinamita, una mezcla de nitroglicerina y dióxido de silicio (dice la wikipedia) que se caracteriza por pegar un petardazo importante si no se maneja con cuidado. Se supone que se iba a utilizar para facilitar el trabajo en la minería, pero como los humanos somos así de originales a la hora de llevarnos (y repartir) hostias, y en aquellos tiempos como no había fútbol la gente lo que hacía para desahogarse era montar
guerras, el invento acabó convirtiéndose en una de las primeras
armas de destrucción masiva que se recuerdan.
El sueco, que se llamaba
Alfred, se sintió responsable, ya que era el padre de la criatura. Así que aprovechó que de la explotación del invento, y de otros trapicheos que tenía por ahí,
se había sacado un pastón, y para limpiar su conciencia dejó establecido en su testamento que los intereses de su herencia se destinarían a entregar
premios a grandes personalidades en el ámbito científico... y también a la "Paz". Nadie tiene muy claro por qué le dio por incluir esta categoría, y menos aún por qué estableció que, siendo él sueco y los otros premios decididos por comisiones de diversas academias suecas, el premio de la Paz lo daría el
parlamento noruego. Lo que sí que tiene todo el mundo muy claro es que los premios, aparte de la gloria y honor que se han ganado durante el último siglo, incluyen un hermoso cheque por valor de
10 millones de coronas suecas, al cambio un millón y pico de lerus, claramente imprescindibles para la supervivencia de las personalidades que suelen ser galardonadas (políticos, diplomáticos, presidentes de asociaciones y demás muertos de hambre). Ya saben, el espíritu altruista de la bondad humana y esas cosas.
Este premio de la Paz, concretamente, se entrega "a la persona que haya
trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la
abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz", según dicen los estatutos. Los noruegos dicen que premian a Obama por "sus extraordinarios esfuerzos para
estrechar los lazos diplomáticos y la cooperación entre los pueblos", traduzco aproximadamente del
original inglés. ¿A que suena bonito? Vale, pues ahora que alguien me diga
qué ha hecho el bueno de Barack que encaje en esta definición.
No se me exalten, que no digo que sea mala persona ni nada de eso. A lo mejor dentro de unos cuantos años, veinte o treinta quizás, ha hecho méritos de sobra para que le concedan tal galardón. Pero por ahora, en el menos de un año que lleva de jefe de Estado, a lo máximo que le ha dado tiempo es a intentar convencer, sin demasiado éxito hasta el momento, a sus conciudadanos de la necesidad de montar un sistema de seguridad social parecido al europeo, para que los pobres que pillen enfermedades raras no se mueran en medio de la calle.

Que no es poco, pero tanto como "extraordinario esfuerzo" o "trabajar más o mejor para abolir los ejércitos"... No nos olvidemos de que estamos hablando del
presidente de los Estados Unidos de América, un país que
tiene ahora mismo dos guerras abiertas y alguna que otra más en serio riesgo de empezar el día menos pensado, y que no sólo no las acaba, sino que de vez en cuando manda más tropas para que no se le desmadre la cosa más de la cuenta. Aparte, como mediador internacional tampoco hay
ningún mérito importante que incluirle en su palmarés:
palestinos e israelíes siguen matándose,
Corea continúa partida por la mitad medio siglo después, los
chinos no dejan de putear a los tibetanos (ni al resto de chinos, que esa es otra),
Somalia aún está desintegrada, en el
Cáucaso hay jaleos de todos los colores, no se ha encontrado solución definitiva para
Kosovo, cada cierto tiempo un
terrorista radical islámico se carga a unos cuantos civiles (no sólo en Irak), el cachondeo en
toda África alcanza niveles cada vez más sonrojantes mientras Ratzinger Zeta dice que
los condones son malos, y tantas cosas que se me olvidarán. Vamos, lo mismo de siempre. Así de golpe, lo único que se me ocurre es que
las relaciones yanquis con Cuba se medio empezaron a normalizar, aunque luego la cosa volvió a pegar un frenazo.
Entonces ¿por qué diablos le han dado un premio de tal calibre a alguien que, objetivamente,
no se lo merece, por muchos aduladores que le salgan, resacosos de la extraordinaria campaña de márketing de su elección? Misterios misteriosos. Es algo muy extraño, por tratarse del
galardón más prestigioso del mundo, con una buena fama conseguida a lo largo de los años por condecorar a gente que realmente se lo ha ganado. En Noruega sabrán a que se debe semejante patinazo, que
sorprendió hasta al propio afortunado y que en la práctica dudo que sirva más que para
meterle aún más presión al pobre, que bastante tiene con lo que tiene, con ser quien es y representar todo lo que (dicen que) representa.
En todo caso, ya sabéis que acostumbro a ser malpensado, y me he encontrado con un precedente de lo más curioso. ¿Os suena
Winston Churchill, el que fuera primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial? Él también se llevó un Nobel allá en los años 50... pero
de Literatura, a cuento de sus Memorias. El mundillo literario se sorprendió bastante, porque podría ser un libro mejor o peor, pero en todo caso se trata de su única obra destacada. Pues resulta que las dichosas Memorias
se vendieron como rosquillas en Suecia, pero el caballero inglés
no pagó a la Hacienda nórdica los correspondientes impuestos, y claro, tratándose de un personaje de tanto calado, resultaba un poco embarazoso ponerle un cobrador del frac. Así que,
según se dice, el gobierno escandinavo
llegó a un pacto con tan insigne prohombre:
la deuda de los libros se pagaría con el importe correspondiente al premio, y así todos contentos y la imagen limpia. Ahora tocaría descubrir, si lo hubiera,
qué negocio turbio tiene don Barack en Noruega. Pero de tal tarea que se encarguen los
periodistas, que para eso les pagan.