¿Da la felicidad?

Alguna que otra discusión con otros colaboradores de este mismo blog he tenido alguna vez sobre la importancia del dinero en la vida y las cosas a las que estaríamos dispuestos a renunciar o los sacrificios que estaríamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Un ejemplo bastante tópico pero también muy representativo es el noble arte del balompié. Esta gente tiene la peculiar costumbre, sobre todo cuando andan en compañía del señor Brugal, de plantear supuestos extraños, y hay uno que se repite cada cierto tiempo pero nunca han conseguido salirse con la suya.

Si yo fuera futbolista profesional de élite (que podría, nadie se ha fijado todavía en mis cualidades, todo se andará), con un sueldo de, por ejemplo, tres millones de lerus al año, y viniera el Real Madrid y me ofreciera cuatro, no renunciaría a mis principios: el blanco me sigue dando alergia si no lleva rayas rojas. Otra cosa sería hacerme vikingo o literalmente morirme de hambre. Pero oigan, con quinientos millones de pesetas anuales ya se vive razonablemente bien, puedo sobrevivir sin los otros ciento sesenta y pico, ¿no?

Ante semejante razonamiento la gente me mira raro y no entiende que sea capaz de renunciar a tanta pasta, y, madridistas ellos, no se cortan en proclamar que en la misma situación les faltaría tiempo para vestirse de colchonero o incluso de culé. Pues no, oigan, yo creo que no compensa ganar tanto dinero si hay que renunciar a las propias convicciones. Y más teniendo en cuenta que el capital no necesariamente resuelve la vida. Es más, muchas veces incluso la complica.

Un ejemplo: Italia, este mismo verano. La lotería nacional de ese país, la SuperEnalotto, que vendría siendo una cosa como la Primitiva, ha entregado el premio más grande que se haya dado nunca en toda Europa: 148 millones de euros a un solo acertante. El boleto se ha sellado en un pueblecito llamado Bagnone, en plena Toscana.

Ahí viven menos de 2000 habitantes. Podréis imaginar la que se ha montado: la tranquilidad cotidiana del lugar se ha visto invadida por millones de micrófonos y cámaras a la caza y captura del ganador. Y no sólo la prensa: todo el mundo quiere que el afortunado, quien quiera que sea (aún no se conoce su identidad), repara una pizca del pastel. Y hasta la mafia se ha acercado a solicitar amablemente colaboración para la causa. El buen hombre está entre acojonado y hasta los huevos y hasta ha mandado cartas a la prensa pidiendo que le dejen tranquilo antes de que le dé algo.

O sea, que quizás en el fondo no sea tan positivo tener una cantidad tan exagerada de dinero. Aparte, no hay que descartar el shock psicológico que debe de ser que de un día para otro cambie todo de golpe en tu entorno, que pases de ser un don nadie a poder permitirte todos los caprichos que te dé la gana. Volviendo al deporte, todos conocemos mil y un casos de profesionales que no tienen la cabeza muy bien amueblada y están hechos una mierda. Así que no: se ponga como se ponga Florentimo, no pienso aceptar su oferta.